miércoles, 15 de enero de 2014

Una escapatoria.

Centro de Nueva york, día dos de diciembre de 1946, comienzos de la conocida "Ley Seca".
Cae la tenebrosa noche sobre la ciudad, cargada de una angustia desbordante a causa de las muertes, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
Una calle sombría y tenebrosa, paralela al puerto en el oeste de la ciudad, iluminada solamente con una tenue luz situada en una esquina, que apenas permite ver a través de la ligera niebla que rodea el puerto y la cual parpadea casi a punto de apagarse a cada minuto con el soplo de la leve y fresca brisa del mar que roza y arrastra los papeles que formaban parte de viejos periódicos arrugados, que en su infinidad de letras relatan devastadoras noticias. En esta oscura noche solo se oye el ir y venir de las olas, los crujidos de viejos y oxidados metales desgastados por el paso del tiempo, y el sonar de la sirena de un barco que se pierde entre las olas a lo lejos. Al final de la calle, a diez metros de la luz que la alumbra, iluminada por la luz de la luna se puede divisar una silueta la cual se acerca hacia la farola que ilumina la calle. Poco a poco, conforme se acerca hacia esta tenue luz, podemos observar a un hombre alto, delgado y con heridas en su rostro, un hombre aparentemente desolado, frío, atormentado, como si hubiese presenciado las mas grandes atrocidades que es capaz de llevar a cabo el ser humano. Este hombre rubio, de ojos marrones, de cuyo cuello cuelgan aquellas chapas de identificación que caracterizaban a esos valientes hombres que habían luchado por defender una causa aparentemente noble en la devastadora guerra, parece solitario, como si no tuviese una razón por la cual levantar su caída mirada, ni siquiera un motivo que le ayude a caminar levantando sus rotas y sucias botas militares a mas de un centímetro del suelo.
Una vez bajo la luz, comienza a fijarse en su sombra mientras es presa de aquellos recuerdos que le costaron la felicidad, y en cierto modo la cordura. Mientras intenta reconocer su tergiversada sombra dibujada en el suelo toma en su mano derecha, llena de cicatrices y heridas sin curar, las chapas que le cuelgan del cuello como si fuesen ellas las culpables de la tortura a la cual se encuentra sometido por los demonios de la guerra. En su fría mirada podemos observar la oscuridad a la cual se encuentra sometida su alma mientras pende de un fino hilo al borde de un acantilado en cuyo fondo no hay nada más sino la muerte.
Cuando comienza a levantar la mirada del suelo va soltando sus chapas y empieza a caminar de forma desganada y lenta, alejándose, de la luz tenue y ya casi apagada de la farola, y encaminándose hacia un bar clandestino típico de la época. Conforme avanza un olor desagradable le rodea y comienza a percibir con más claridad un callejón con tres paredes de ladrillo rojo. Al final logra visualizar una puerta de color gris algo corroída en los bordes adosados a la pared e iluminada por una luz blanca que revela una rendija cerrada a la altura de los ojos.
Una vez adentrado en el callejón sigue caminando lentamente mientras pisa las grietas del suelo y los viejos papeles de periódico que se encuentran desperdigados a lo largo del mismo. Finalmente llega a la sospechosa puerta la cual golpea tres veces seguidas con bastante fuerza. Tras cinco segundos de haber golpeado se abre la misteriosa rendija de la puerta y se ven unos ojos imponentes que realizan un barrido de todo el lugar en busca de algo sospechoso. Acto seguido se oye el sonido de dos cerraduras abriéndose lentamente, la puerta comienza a abrirse y se oyen los crujidos de las bisagras mientras llega a abrirse del todo. Tras abrirse se ve a un hombre vestido con un traje gris, al parecer hecho a medida, zapatos negros y un sombrero con una raya gris que lo decora. Este hombre de traje con una mirada intimidante ni siquiera cruza unas palabras con el atormentado soldado cuando este se dispone a entrar, una vez dentro se cierra la puerta con sus cerraduras y el soldado comienza a bajar una escalera mientras oye unas notas musicales que en conjunto forman un calmado ritmo de Jazz que ambienta el lugar.
Cuando acaba de bajar las escaleras abre una puerta de madera y entra en un bar en el cual hay solo seis personas, sin contar a los integrantes del grupo de Jazz, sentadas en cuatro mesas alejadas de una barra de aproximadamente tres metros y medio con diez taburetes, sobre ella hay tres vasos vacíos y una botella rota mientras que en el suelo se ven manchas de sangre que se dirigen a los baños del local. Por otro lado, en una esquina oscura se ve una máquina toca discos que funciona con monedas de cinco centavos que por lo que se ve esta rota; en la otra esquina se ve una mesa de billar con cuatro palos y la bola numero ocho y la blanca sobre ella.
El soldado comienza a caminar hasta llegar a la barra, se sienta en uno de los taburetes que chirrió al girar cuando se apoyo en el, dejó su mochila en el suelo y posó los brazos sobre la barra. A los dos minutos apareció un hombre vestido con un delantal blanco quien le puso un vaso de ron y dejó la botella sobre la barra para poder volver a la trastienda. Entonces el soldado se bebió el vaso de Ron de un solo trago, acto seguido comenzó a pensar o mejor dicho, a intentar recordar el momento en que dejó de reconocer su propia sombra. De pronto se vio invadido por la nostalgia y la profunda tristeza que le provocaba haber perdido a sus seres queridos por causa de la guerra, comenzó a recordar también todas aquellas muertes que durante el enfrentamiento bélico había presenciado: las caídas de los cuerpos sin vida de aquellos compañeros y amigos con los que se había entrenado, aquellas terribles explosiones en el campo de batalla, la sangre de los cuerpos desmembrados por las fuertes explosiones de los enemigos, las torturas a muchos de los enemigos capturados, entre otros muchos recuerdos que le torturaban.
Dicen que un soldado, o simplemente alguien que ha estado en la guerra, es torturado por aquellos demonios que se encuentran dando vueltas en ese ambiente tan hostil, que se trastorna por las perfidias que comete el ser humano contra la vida y que los combatientes presencian, que pierden el sentido de la realidad por las torturas de esas dolorosas imágenes que guardan en el recuerdo.
El soldado comienza a encontrarse cada vez mas ebrio, ebrio por que intentaba olvidar todo aquello que le torturaba mediante la bebida. Sin embargo solo conseguía acentuar los momentos atroces de sus recuerdos y aumentar su tristeza, hundiéndose cada vez más en un mar de desesperanza y dolor intenso que abruman su corazón y su alma.
Estando ebrio, se levanta del taburete de una forma torpe tirándolo al suelo y se dispone a recoger su mochila casi cayéndose. Una vez incorporado con la mochila en su mano izquierda saca una cartera del bolsillo con la mano derecha, la deja posada a la derecha del vaso y tira la mochila al suelo nuevamente, con la mano derecha se arranca las chapas de identificación de soldado de su cuello y las coloca sobre la cartera. Tras esto, se dio media vuelta y se puso en dirección hacia la puerta de madera por la que había entrado mientras oía el ritmo del Jazz y observaba la luz de neón roja que iluminaba la entrada mientras comenzaba a subir las escaleras. Fue subiendo peldaño a peldaño por aquellas escaleras que le parecían eternas mientras recordaba escenas perturbadoras de la guerra y se retorcía debido al tormento que le suponían, finalmente llegó a la puerta gris la cual abrió el hombre del traje gris e hizo el mismo ruido de bisagras que cuando había entrado. Una vez fuera, caminó hasta la entrada del callejón mientras sentía la brisa del mar acariciar su rostro recorrido por lagrimas, en ese entonces divisó un pequeño muelle de madera a tres metros de distancia y se encaminó hacia el, una vez delante, con pasos torpes, tropiezos y pateando cajas comenzó a caminar a través del puerto mientras oía crujir la madera con sus pasos mientras observaba la alta luna justo delante de el, hasta llegar al borde donde se detuvo. En ese momento, este abrumado y entristecido hombre respiró hondo, inhaló y exhaló, recordó a aquella joven muchacha de la que había estado enamorado en el instituto, sonrió, cerró los ojos y saltó desde el puerto escapando de sus torturas.

martes, 14 de enero de 2014

Pensando otra vez

¡Buenas a todos! Hoy simplemente escribo esta entrada para retractarme de mi opinión acerca de la obra literaria del dramaturgo inglés, William Shakespeare, "Romeo y Julieta".
El año pasado, cuando por motivos escolares, me vi obligado, pero sin embargo alegre de tener que leer un libro de este famoso escritor, me dispuse a ello con bastante interés. No obstante, me lleve una gran decepción tras la lectura del mismo, puesto que llegó a parecerme algo exagerado y bastante irracional. La justificación de mi concepción de la obra en esta instancia se basaba en una crítica al repentino amor que surge entre Romeo y Julieta, puesto que lo considero y lo consideraba un enamoramiento propio de la niñez en preescolar, es decir, un amor ciego y sin limites que crece a un ritmo frenético y sin cordura alguna capaz de frenar el ya mencionado sentimiento. Debido a esto me parece un amor bastante irreal e imposible de vivir en la vida real por dos personas con tal velocidad y llegar finalmente a tales extremos como son, en ambos casos, el suicidio por la perdida de aquel amor tan significativo.
Dicho esto he de añadir que mi actual opinión sigue siendo la misma respecto del amor entre los dos protagonistas, es decir, me sigue pareciendo exagerado el veloz crecimiento de dicho sentimiento. Sin embargo la obra en sí, tras leerla por segunda vez, comenzó a parecerme mas convincente solo por el hecho de que de alguna u otra forma puedo comprender, en cierta medida, los sentimientos de ese amor enloquecido que hay entre Romeo y Julieta, además de saber la sensación que provoca el hecho de que un sentimiento de tal calibre sea correspondido por una persona ajena a la familia. Sumado a esto, puedo comprender también la sensación que provoca el perder un amor, no de la misma manera que en el caso de Romeo y Julieta, pero puedo comprender el sentimiento abrumador que, tras la decepción y el dolor, cae sobre la persona llevándole incluso al extremo de no saber quien es sin la otra persona. Por lo que, para resumir, considero la obra bastante menos decepcionante e interesante ya que también he aprendido a considerar otros aspectos de la obra como las influencias en las obras culturales posteriores. Debido a esto y a que he aprendido bastante en lo que al contexto histórico de la época del autor se refiere, tengo otra opinión acerca de la obra, en otras palabras podríamos decir que el conocimiento y la experiencia han contribuido a mi nueva concepción acerca de la obra literaria de W. Shakespeare.

Para finalizar esta entrada os dejo dos canciones las cuales se han visto influidas por esta obra:
La primera es "Romeo and Juliet" de Dire Straits, un grupo inglés característico de los años 70.
La segunda y última es "Resistance" de Muse, grupo inglés de estilo alternativo que ha destacado en estos últimos años.

Un saludo.

lunes, 13 de enero de 2014

Enamorarnos

Enamorarnos, si, enamorarnos. ¿Que que es enamorarse? A ciencia cierta no lo se, pero francamente me enamoran mas las letras que las ciencias.
Enamorarse... pregúntale que es a quien pueda responderte con sabiduría, o por lo menos con experiencia.
Enamorarse es...¿Que no es enamorarse?
Enamorarse es respirar cada día con mas fuerza, es que tu corazón pueda latir y pararse al mismo tiempo, es llegar a estar confundidos incluso cuando en un principio tenemos claro lo que queremos.
Enamorarse es lo único lo necesariamente ambiguo y poderoso como para darnos la vida, una razón por la que respirar, darnos un motivo para ver de forma diferente este caótico, cruel e indiferente mundo habitado por una sociedad sin cuidado del prójimo, es un motivo para creer que "algo" en nuestras vidas puede cambiar. Y sin embargo el enamoramiento es algo que puede condenar la vida de un ser humano, que puede hasta hundirlo y llevarle a cometer la mas inaudita perfidia contra la vida, llevarle al borde del abismo con la desesperanza como compañera, ver el mundo de una forma tan oscura que ni la luz del mismo sol con sus poderosos rayos a siete metros de distancia podría iluminarlo, puede llevarnos a perdernos y sin embargo es tan hermoso.
Enamorarse, es lo único relativamente hermoso de lo que es ingenuamente capaz el ser humano, lo único que logra cambiar nuestra perspectiva del mundo, lo que logra sacarnos de nuestro propio universo para intentar entrar en otro muy diferente. Es aquello por lo cual vemos la belleza del mundo y no las desgracias del día a día, aquello que nos distrae con la imaginación y nos hace pensar con el corazón observando la simplicidad y lo complejo de aquello cuanto alcanzamos con una mirada. Es aquel motivo para creer en nosotros mismos y en aquellos que nos acompañan en este camino que denominamos vida.
Aquella razón por la que merece la pena vivir es el enamorarse y poder describir todo ese fervor que provoca el sentir latir un corazón con un nombre escrito en el. La razón de que la tierra gire es el enamorarse
Para describir el mundo y escribir la historia solo han hecho falta enamorados, locos enamorados, tontos enamorados, pero al fin y al cabo eso, humanos intensamente imperfectos que han logrado percibir la perfección en algo o alguien cuya existencia les ha dado aquella fuerza sobrehumana para alcanzar su máximo a cada minuto y superarse con una asombrosa facilidad.
Todo eso, a mi parecer y aunque me falte mucho por escribir, es enamorarse.


Atentamente: Un enamorado.